Los responsables del desmadre son los que deciden llenar los telediarios de autopropaganda o de propaganda de los amigos que les han dado o pueden quitar las concesiones, y con los que intercambian cromos de poder
Lo primero es fácil, pero ineficaz. Unas y otras cadenas se copian, se intercopian y, lo más cruel, lo hacen a las mismas horas. Da lo mismo que uno intente evitar el concurso de marras, el basto y aburrido chismorreo de turno, la tabarra política que ni siquiera disfraza ya su sectarismo en píldoras supuestamente informativas. Es inútil. Ya ni zapear vale. Púlsese este o aquel botón, el programa será mimético de su vecino, a la misma hora y hasta con parecidos presentadores, diciendo las mismas naderías supuestamente graciosas..., que no lo son, ciertamente, pero sí apostilladas como si lo fueran por coros de carcajadas no se sabe por qué, aunque claramente dirigidas por el capataz de turno, lo que ya se inventara hace muchos años para las 'claques' de los teatros.
Lo segundo es más difícil, a tenor de lo que dicen los expertos en comportamiento y hasta los siquiatras, que bastante tienen con estudiarse a sí mismos, aunque esta sociedad nos los hace a todos más necesarios cada día. Al parecer, la pantalla, exhiba lo que exhiba, ejerce un poder de atracción como la serpiente del 'Libro de la Jungla'. Uno llega y aprieta el botón: es una querencia. Lo que ve no le gusta, pero la atracción se mantiene.
Una amiga que reconoce su relativa adicción, me dice que los índices de audiencia no son significativos: "Tanto si los programas son tan malos como son, como si fueran mejores, los índices de audiencia no se diferenciarían ostensiblemente (ostentóreamente, como diría aquel gran colaborador de la Real Academia ya extinto). Es un rito, una costumbre, una querencia.... una manera de estar; de estar solamente". En el fondo coincido con mi amiga. Ya he ratificado más de una vez mi convencimiento de que los pretendidos gustos de los espectadores son los gustos de los programadores. Y ¡qué programadores!
Hace tiempo que creía que lo peor —la llamada telebasura— había llegado. ¡Qué va! Lo peor estaba por venir. Es verdad que hace tiempo que se han instalado los programas de vísceras, llamados eufemísticamente del corazón. Es verdad que se han adueñado de la atención de los espectadores unos que se dicen periodistas y que para sí quisieran las verduleras.... (No las que venden verduras, naturalmente). A todos deja ya indiferente lo repetitivo y aburrido de sus cotilleos. Lo peor es que transcurren entre el mal gusto y directamente la escatología. Y, por favor, no pongas en duda su honestidad, que son extremadamente puntillosos.
Todo eso es lo de menos. Lo de más son los responsables del desmadre. Para el gran público pasan desapercibidos. Los profesionales sí sabemos quiénes son. Son los que deciden llenar los telediarios de autopropaganda o de propaganda de los amigos que les han dado o pueden quitar las concesiones, y con los que intercambian cromos de poder; los que dicen que sólo con esa bazofia se puede ganar dinero, aunque se suponga que se trata de un servicio público; los que deciden cómo abrir un informativo, cómo cerrarlo y cómo rellenar el intermedio, que siempre empieza, sigue y termina con autobombos —de personas y de cadenas— y añadidos de promociones —cinematográficas, musicales y otras fruslerías—, fatalmente disfrazadas de información. Mientras tanto, las verdaderas informaciones y los periodistas sin carnet, en las tinieblas exteriores.
P.S. Conste, por si alguien piensa malévolamente, que en estas páginas estoy muy a gusto. ¡Fíjense cómo tiemblo!