martes, enero 03, 2006

Reflexiones a un Amigo que esta buscando piso


La abolición de la esclavitud no vino hasta el siglo XIX, y gentes como Jefferson y Washington tuvieron centenares de esclavos, sin que les pareciera una extravagancia. Una vez lograda la abolición de la esclavitud, llegó la era industrial, con jornadas de sol a sol en el campo, y de doce horas en la industria. Tras conseguir la jornada de cuarenta horas semanales, reverdeció la más moderna de las modalidades de la esclavitud: la hipoteca. La hipoteca tiene unos grilletes que se llaman amortización y suele durar más que el matrimonio. Tú te podrás divorciar del marido o de la esposa, pero es imposible divorciarse de la hipoteca, Es más, ya se habla de hipotecas de las que no te separarás, ni siquiera con la llegada de la muerte, hipotecas hereditarias, hipotecas perdurables, y las casas, además del baño, llevarán incorporada su correspondiente hipoteca, alicatada hasta el techo de la financiación.

En esta sociedad, las únicas personas que pueden ser libres son las insolventes y las ricas, es decir, los que no tienen nada y los que poseen casi todo. Ser insolvente de solemnidad es el pasaporte que te permite transgredir multas y dejar las cuentas sin pagar. Pero si estás atado a una hipoteca pagarás hasta por respirar, porque en cuanto te saltes el reglamento te amenazarán con embargarte el piso, con lo que te librarías de la hipoteca, pero te quedarías en la calle con el ordenador, y ya sabes que el ordenador no puede conectarse debajo de un puente. La madurez no llega con el equilibrio sexual, ni con la razón, sino con el compromiso ante la hipoteca. Cuando un joven firma una hipoteca, al día siguiente, ya tiene más de sesenta años, aunque no haya cumplido los treinta. Encontrarás piso, claro. Y la hipoteca que limitará tu albedrío y cercenará tus antojos. No hay nada que se desee ardientemente que no se lofre. Y el desvirgamiento financiero te llegará con la hipoteca. Y te escocerá durante toda la vida.

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