Conviene analizar el comportamiento que ciertos portavoces de la Iglesia católica vienen protagonizando desde hace algunos meses e incluso años desde un punto de vista distinto al abordado últimamente. Porque no solo se les puede intuir una motivación electoralista: echar al PSOE a toda costa del Gobierno. Hay, sin embargo, otra razón más perentoria aún: la Iglesia católica está atravesando una grave crisis, quizá terminal si algo no lo remedia.
Portadora de gran parte del poder a lo largo de siglos –con la religión como forma de sumisión de las conciencias y protectora de las formas de dominación-, la Iglesia ha ido perdiendo progresivamente sus privilegios hasta que, superada por fin la Santa Cruzada (y lo que vino después), el clero católico se ve en una difícil encrucijada.
Desbordada por una globalización a la que no consigue adaptarse, la Iglesia católica ve perder rápidamente el control de las conciencias que antaño poseyera. Los fieles que antes calmaban su inseguridad y ansiedad en las parroquias y templos se manifiestan ahora de modo similar mediante otros ritos: centros comerciales, televisión, nevera, microondas, automóvil… Una industria de la consolación que está barriendo sin piedad aquellos credos que se han negado desde un principio a ceder su preciado monopolio.
Y es que la Iglesia, lejos de evolucionar, se mantiene en una ridícula posición victimista: se trata del grito del antiguo privilegiado que, viendo disminuir sus propiedades, se enroca en posiciones a largo plazo autodestructivas.
Se hace duro ver cómo estos funcionarios de la fe se lamentan por la pérdida de un imperio que no volverá en mucho tiempo. El capitalismo no tiene piedad: la mano invisible es espontánea y por ello puede llevarse por delante a quien haga falta. A nuestras iglesias les quedan ya pocos días de gloria.
(el plural)
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