Ni un mínimo atisbo de coherencia le asiste ya. Incapaz de frenar la deriva de su partido hacia el búnker AVT-FAES durante la legislatura que está a punto de terminar, algún Arriola ha debido de aconsejar al todavía presidenciable popular que “igual sería oportuno” no figurar entre la plana mayor de la movida que Alcaraz tiene preparada para el sábado. Demasiados aguiluchos, muchos zETAp y “queremos saber” –cuando ya todo se sabe- para después poder concurrir con el morro de moderadito a los comicios de marzo.
Pero tal acción –que no va a ser suficiente para convencer a quien ya ha perdido la esperanza- le puede granjear críticas provenientes nada menos que de COPE, Libertad Digital, Jaime Mayor-Oreja, Alejo Vidal-Quadras, Ángel Acebes, José María Aznar, FAES, DENAES, Foro Ermua, AVT, Foro por la Concordia y la Reforma Constitucional, Hazte Oír, Peones Negros, Peones Negros Libres, … así como una infinidad de grupúsculos –y no entramos en los de ultraderecha por falta de espacio- que han ido surgiendo como setas, como caracoles en un día de lluvia, una tormenta de dentelladas dialécticas, proclamas simploides y ultrademagógicas propias de un dirigente que ha demostrado el descontrol en el que se encuentra su enorme formación.
A Rajoy le ha faltado personalidad, le venía grande el puesto. No ha sabido ni por dónde empezar. Ni rectificando ha acertado. Lo vistieron de Rey para el Día de la Hispanidad, de primo de un erudito físico para negar el cambio climático, de peón negro para descubrir “la verdad” sobre un atentado con cientos de víctimas y de salvapatrias para una nación que está muy lejos de romperse.
Aunque El Mundo, en otro viraje propio de las veleidades y cambios de humor de su autoritarísimo director, coincida con la recién emergida moderación del todavía líder de la oposición y ABC vaya a hacer todo lo posible por estar a su lado, Rajoy ha demostrado ya su condición de cadáver político. Muerta la teoría de la conspiración, la esperanza blanca parece que va a hacer lo último que le faltaba. ¿Dejará, de verdad, de lado a sus víctimas?
Con cuatro tipos de conocimiento podemos captar la existencia de los dos mundos: el mundo sensible (conocido a través de los sentidos) y el mundo inteligible (sólo alcanzable mediante el uso exclusivo de la razón).
miércoles, noviembre 21, 2007
sábado, noviembre 17, 2007
L'Ajuntament de Tarragona crea la conselleria de Polítiques d'Igualtat
L'Ajuntament de Tarragona ha creat la conselleria de Polítiques d'Igualtat, que dependrà de l'Àrea de Serveis a la Persona, al front de la qual es troba la tinent d'alcalde, Victòria Pelegrín. La nova conselleria pretén 'reconèixer', 'identificar' i 'corregir' les anomalies que impedeixen la integració de la dona i altres col·lectius que poden patir o estar en risc d'exclusió social. Aquesta nova conselleria es posarà en marxa el pròxim divendres, dos dies abans del Dia Internacional Contra la Violència.
Segons Victòria Pelegrín, 'el fet de posar en funcionament aquesta conselleria està impulsat per la corporació local amb l'objectiu de vetllar per la implementació de polítiques d'igualtat de gènere, ja que el grau d'igualtat entre dones i homes d'una societat és el millor indicador del seu desenvolupament social i democràtic'. Ha afegit que la idea final a la qual s'ha arribat és la de 'garantir els drets de la dona, dedicant-li un espai íntegre que es relacioni transversalment amb altres àrees, sense oblidar la necessitat de garantir els drets fonamentals d'altres col·lectius que, fins ara, han estat els grans oblidats'.
La conselleria, que vol seguir la filosofia de la nova Llei d'igualtat, es planteja com una única estructura encapçalada per la figura d'una coordinació tècnica i tres àrees perfectament definides que són la de Planificació i Promoció de Polítiques d'Igualtat, la de la Dona i la de Coordinació de Ciutadanies.
Segons Victòria Pelegrín, 'el fet de posar en funcionament aquesta conselleria està impulsat per la corporació local amb l'objectiu de vetllar per la implementació de polítiques d'igualtat de gènere, ja que el grau d'igualtat entre dones i homes d'una societat és el millor indicador del seu desenvolupament social i democràtic'. Ha afegit que la idea final a la qual s'ha arribat és la de 'garantir els drets de la dona, dedicant-li un espai íntegre que es relacioni transversalment amb altres àrees, sense oblidar la necessitat de garantir els drets fonamentals d'altres col·lectius que, fins ara, han estat els grans oblidats'.
La conselleria, que vol seguir la filosofia de la nova Llei d'igualtat, es planteja com una única estructura encapçalada per la figura d'una coordinació tècnica i tres àrees perfectament definides que són la de Planificació i Promoció de Polítiques d'Igualtat, la de la Dona i la de Coordinació de Ciutadanies.
Una revisión de "los límites del crecimiento"
Desde el final de la guerra fría, se han venido abajo barreras de todo tipo y la economía mundial ha cambiado de manera fundamental. Hasta 1989, el mercado mundial comprendía entre 800 y mil millones de personas. Hoy es tres veces mayor, y sigue creciendo. De hecho, estamos presenciando una de las revoluciones más radicales en la historia moderna. La "sociedad de consumo occidental" está pasando de ser un modelo válido para una minoría de la población mundial a ser el modelo económico dominante en el mundo. A mitad de este siglo, sus leyes podrían tal vez regir las vidas de 7.000 millones de personas.
El crecimiento debe separarse del consumo de energía y de las emisiones
Occidente se ha convertido en el modelo económico del siglo XXI y casi todos los países y regiones tratan de igualarlo a cualquier costa. Cuando el Club de Roma, en los años setenta, dio a conocer su famoso informe sobre Los límites del crecimiento, la reacción fue de inquietud. Sin embargo, a medida que la economía mundial ha seguido creciendo de forma ininterrumpida, las sombrías predicciones del Club de Roma se han convertido, cada vez más, en objeto de ridículo. Y, sin embargo, su análisis fundamental -que vivimos y trabajamos en un ecosistema mundial finito- ha vuelto a convertirse en un tema de actualidad.
Al mundo, hoy, no le preocupan los "límites del crecimiento", pero cada vez somos conscientes de las consecuencias del crecimiento en el clima y el ecosistema. Por ejemplo, China necesita un crecimiento anual del 10% para mantener controlados sus inmensos problemas económicos, sociales y ecológicos. Eso no tendría nada de particular si China fuera un país como Luxemburgo o Singapur. Pero China tiene 1.300 millones de habitantes. La demanda mundial de energía, materias primas y alimentos depende, cada vez más, del crecimiento de la demanda en China e India, con una población total, entre los dos, de 2.500 millones de personas. La constante subida de los precios de las materias primas, los productos agrarios y la energía refleja ya los temores a que haya escasez en el futuro.
China va camino de sobrepasar a EE UU, este año o el que viene, como máximo emisor mundial de CO2, pese a que sus emisiones per cápita no son más que la quinta parte o menos de las estadounidenses. ¿Qué aspecto tendrá el mundo cuando China reduzca esa diferencia a la mitad? ¿Podrá el ecosistema global absorber todo ese volumen añadido de contaminantes sin que se produzcan cambios importantes en la ecosfera? Es evidente que no. Hace mucho tiempo que se conocen estos datos esenciales, y son muy pocos los que niegan que estamos experimentando un cambio climático cada vez más rápido, provocado por el hombre. Sin embargo, podría llegarse a la conclusión de que lo que necesita el mundo es un cambio de actitud política y psicológica, más que una profunda transformación social y económica. A pesar de toda la retórica grandilocuente, a la hora de la verdad se hace muy poca cosa. Los países emergentes crecen año tras año. EE UU se ha apartado casi por completo de la lucha mundial contra la contaminación y, con su crecimiento descontrolado, consolida su posición como primer contaminante mundial. Lo mismo ocurre con Europa y Japón, aunque a menor escala.
Ante este reto mundial, los países del G-8 han tomado una decisión heroica: los ocho países industrializados más ricos -que son los mayores contaminantes- han prometido "examinar seriamente" la posibilidad de reducir sus emisiones a la mitad antes de 2050. Este heroísmo retórico es como para quedarse sin habla. Está por ver si, para empezar, la UE podrá hacer realidad su promesa de reducir las emisiones de CO2 en un 20-30% antes de 2020.
Pero la solución al problema del cambio climático es muy sencilla. La única posibilidad de mejorar es separar el crecimiento económico del consumo de energía y las emisiones. Tienen que hacerlo los países emergentes y, todavía más, las viejas economías industriales. Dicha separación sólo será posible si abolimos la idea engañosa de que la contaminación es gratis. No podemos seguir subvencionando nuestro crecimiento económico a expensas del medio ambiente. Para acabar con esa idea es preciso crear un mercado de emisiones mundial, un objetivo aún muy lejano. También es necesaria una mayor eficacia energética, lo cual significa disminuir los residuos tanto en la producción como en el consumo de energía. La subida de los precios energéticos ya es un paso en esta dirección. Por último, es necesario un gran adelanto tecnológico y político-económico en favor de la energía renovable, que evite el regreso a la energía nuclear o el carbón. En resumen, tenemos ante nosotros el triple desafío de una nueva revolución industrial verde. La tarea de abordar este desafío global ofrece además una gran oportunidad futura de prosperidad y justicia social que debemos aprovechar.
Por supuesto, a medida que cambiemos las cosas, habrá muchos perdedores poderosos, que no aceptarán su "impotencia" sin presentar batalla. Por ahora, parecen estar saliéndose con la suya, puesto que todo se queda en palabrería, sin que se pase a la acción. Eso es precisamente lo que tiene que cambiar.
Joschka Fischer, dirigente del Partido Verde durante casi 20 años, fue ministro de Exteriores y vicecanciller de Alemania de 1998 a 2005. © Project Syndicate / Institute for Human Sciences, 2007. Traducción de Mª Luisa Rodríguez Tapia.
El crecimiento debe separarse del consumo de energía y de las emisiones
Occidente se ha convertido en el modelo económico del siglo XXI y casi todos los países y regiones tratan de igualarlo a cualquier costa. Cuando el Club de Roma, en los años setenta, dio a conocer su famoso informe sobre Los límites del crecimiento, la reacción fue de inquietud. Sin embargo, a medida que la economía mundial ha seguido creciendo de forma ininterrumpida, las sombrías predicciones del Club de Roma se han convertido, cada vez más, en objeto de ridículo. Y, sin embargo, su análisis fundamental -que vivimos y trabajamos en un ecosistema mundial finito- ha vuelto a convertirse en un tema de actualidad.
Al mundo, hoy, no le preocupan los "límites del crecimiento", pero cada vez somos conscientes de las consecuencias del crecimiento en el clima y el ecosistema. Por ejemplo, China necesita un crecimiento anual del 10% para mantener controlados sus inmensos problemas económicos, sociales y ecológicos. Eso no tendría nada de particular si China fuera un país como Luxemburgo o Singapur. Pero China tiene 1.300 millones de habitantes. La demanda mundial de energía, materias primas y alimentos depende, cada vez más, del crecimiento de la demanda en China e India, con una población total, entre los dos, de 2.500 millones de personas. La constante subida de los precios de las materias primas, los productos agrarios y la energía refleja ya los temores a que haya escasez en el futuro.
China va camino de sobrepasar a EE UU, este año o el que viene, como máximo emisor mundial de CO2, pese a que sus emisiones per cápita no son más que la quinta parte o menos de las estadounidenses. ¿Qué aspecto tendrá el mundo cuando China reduzca esa diferencia a la mitad? ¿Podrá el ecosistema global absorber todo ese volumen añadido de contaminantes sin que se produzcan cambios importantes en la ecosfera? Es evidente que no. Hace mucho tiempo que se conocen estos datos esenciales, y son muy pocos los que niegan que estamos experimentando un cambio climático cada vez más rápido, provocado por el hombre. Sin embargo, podría llegarse a la conclusión de que lo que necesita el mundo es un cambio de actitud política y psicológica, más que una profunda transformación social y económica. A pesar de toda la retórica grandilocuente, a la hora de la verdad se hace muy poca cosa. Los países emergentes crecen año tras año. EE UU se ha apartado casi por completo de la lucha mundial contra la contaminación y, con su crecimiento descontrolado, consolida su posición como primer contaminante mundial. Lo mismo ocurre con Europa y Japón, aunque a menor escala.
Ante este reto mundial, los países del G-8 han tomado una decisión heroica: los ocho países industrializados más ricos -que son los mayores contaminantes- han prometido "examinar seriamente" la posibilidad de reducir sus emisiones a la mitad antes de 2050. Este heroísmo retórico es como para quedarse sin habla. Está por ver si, para empezar, la UE podrá hacer realidad su promesa de reducir las emisiones de CO2 en un 20-30% antes de 2020.
Pero la solución al problema del cambio climático es muy sencilla. La única posibilidad de mejorar es separar el crecimiento económico del consumo de energía y las emisiones. Tienen que hacerlo los países emergentes y, todavía más, las viejas economías industriales. Dicha separación sólo será posible si abolimos la idea engañosa de que la contaminación es gratis. No podemos seguir subvencionando nuestro crecimiento económico a expensas del medio ambiente. Para acabar con esa idea es preciso crear un mercado de emisiones mundial, un objetivo aún muy lejano. También es necesaria una mayor eficacia energética, lo cual significa disminuir los residuos tanto en la producción como en el consumo de energía. La subida de los precios energéticos ya es un paso en esta dirección. Por último, es necesario un gran adelanto tecnológico y político-económico en favor de la energía renovable, que evite el regreso a la energía nuclear o el carbón. En resumen, tenemos ante nosotros el triple desafío de una nueva revolución industrial verde. La tarea de abordar este desafío global ofrece además una gran oportunidad futura de prosperidad y justicia social que debemos aprovechar.
Por supuesto, a medida que cambiemos las cosas, habrá muchos perdedores poderosos, que no aceptarán su "impotencia" sin presentar batalla. Por ahora, parecen estar saliéndose con la suya, puesto que todo se queda en palabrería, sin que se pase a la acción. Eso es precisamente lo que tiene que cambiar.
Joschka Fischer, dirigente del Partido Verde durante casi 20 años, fue ministro de Exteriores y vicecanciller de Alemania de 1998 a 2005. © Project Syndicate / Institute for Human Sciences, 2007. Traducción de Mª Luisa Rodríguez Tapia.
"La Gioconda' es popular por casualidad"
Los 4.081 centímetros cuadrados más famosos del mundo. La Monna Lisa, expuesta en el Louvre, mide apenas 77 de alto por 53 de ancho. Demasiado poco para poder ser apreciada en condiciones por las riadas de turistas que se detienen, si los codazos se lo permiten, ante la obra de Leonardo, metida en una vitrina encofrada y protegida por un doble vidrio antibalas (este año habrán pasado por el museo parisiense unos nueve millones de visitantes). Está prohibido tomar fotos, pero los flases no dejan de centellear, ante la indiferencia de los guardianes que renunciaron hace tiempo a hacer respetar la normativa. "Además, aunque no esté bien decirlo a un periodista, detrás del vidrio la pintura no se ve afectada.
Sassoon analiza las causas de la celebridad de la pintura de Leonardo
"¿Sabe cuánto está de media un visitante frente a 'La Mona Lisa'? Un minuto"
Donald Sassoon, de 61 años, ha pasado muchas horas en la sala del museo, más mirando a la gente que a la serena efigie de Lisa Gherardini, esposa del adinerado comerciante florentino Francesco del Giocondo. Discípulo de Hobsbawm, historiador de la cultura, especializado en los siglos XIX y XX, autor del monumental ensayo Cultura. El patrimonio común de los europeos (Crítica), Sassoon saca ahora dos libros en España sobre la misteriosa dama de Leonardo: Monna Lisa. Historia de la pintura más famosa del mundo (Crítica) y Leonardo y la Monna Lisa. La historia del mayor enigma del arte (Electa). El primero es un amplio estudio sobre las causas que convierten a este retrato en la pintura más conocida y admirada de todos los tiempos. El segundo, más ilustrado, rastrea las influencias pictóricas.
Pregunta. Concluye usted su libro diciendo que cuando empezó a escribirlo no encontraba especialmente bella a Monna Lisa, pero que ahora sí la aprecia.
Respuesta. El arte, como la música, no siempre nos llega de forma inmediata. En un momento dado, se pone en marcha un mecanismo de aprendizaje.
P. Pero usted duda de que las manadas de turistas puedan "aprender" nada en su apresurada visita al Louvre.
R. ¿Sabe cuánto permanece de media un visitante frente a La Gioconda? Cerca de un minuto. Se queda allí parado porque le han dicho que es la obra más famosa, pero no sabe por qué. En otras salas hay cinco leonardos más. Apenas nadie los mira.
P. Reproduce usted un sondeo realizado en el Louvre en que resulta que la pregunta más formulada por los visitantes a los empleados es: "¿Dónde está La Gioconda?". Pero añade que la segunda pregunta más repetida es: "¿Dónde estoy yo?".
R. Es que entre 6.000 obras expuestas o vas a buscar lo que te interesa o te pierdes. Además, está perfectamente indicado cómo llegar a la Monna Lisa, pero para el resto no hay indicaciones.
P. Dos síntomas de su celebridad, cuyas causas usted indaga.
R. La pregunta de partida era por qué es la pintura más famosa del mundo, un 85,8% de los encuestados así la considera. ¿Por qué? No hay en ella sexo ni violencia, los grandes estímulos de la cultura de masas.
P. ¿Entonces?
R. Un cúmulo de circunstancias, la casualidad. A principios del siglo XVI, Leonardo dejó la corte de Milán y se puso al servicio de Francisco I. En consecuencia, cuando esta pintura comienza a ser famosa, en el siglo XIX, se encontraba en París, gran centro europeo del arte en aquel momento. La Monna Lisa se encontraba en el lugar preciso y en el momento adecuado: respondía a las demandas artísticas del romanticismo.
P. ¿Fue un descubrimiento romántico?
R. Totalmente. El primero en ensalzarla fue el escritor Théophile Gautier y no es casualidad. La figura no es de una santa, cuyos relatos ya están escritos, sino una desconocida. No está gorda, como las mujeres de Rubens, ni flaca como las de Cranach. Y pertenece al Renacimiento, la época del pasado menos religiosa y que sintoniza más con la cultura burguesa y laica del XIX.
P. Y después está la inescrutable sonrisa.
R. Por supuesto, y por ahí se cuela el misterio de la femme fatale que tanta aceptación tenía por la época. Giorgio Vasari no creía que esa sonrisa fuera tan misteriosa. Según consignó en sus Vite (siglo XVI), la noble señora sonreía porque durante las sesiones de pose varios músicos y actores la entretenían. Pero en fin, luego se ha dicho de todo: por ejemplo, por influencia del psicoanálisis, que era una sonrisa castradora...
P. Pero todo ello aún no es suficiente para convertirla en icono de la cultura de masas.
R. Falta el robo de la obra, perpetrado el 21 de agosto de 1911, una historia rocambolesca que determinó el salto de La Gioconda de la alta cultura burguesa del siglo XIX a la cultura popular del XX. La robó un antiguo empleado del Louvre, un pintor llamado Vincenzo Peruggia. No porque le gustara especialmente, él prefería al Mantegna, pero sus grandes lienzos le hicieron optar al fin por Monna Lisa. Fue un escándalo moderno, con connotaciones políticas, y que dio a conocer la obra, impresa en todas las portadas, como nunca antes. Durante dos años Peruggia guardó la obra en su casa, pero luego se la llevó a Florencia para venderla a un anticuario a cambio de una pequeña cantidad de dinero y allí le pillaron. De nuevo, gran repercusión. Y la obra se expuso por primera vez en Italia. Esa gira, junto con las posteriores de Estados Unidos (1963) y Japón (1974), ya con el fenómeno del merchandising a pleno rendimiento, determinaron el ingreso del icono en la modernidad. Duchamp le pone bigotes para criticar a la alta cultura, lo mismo que Dalí, y Warhol la recrea una y otra vez.
P. ¿Dice que al final La Gioconda ha acabado gustándole?
R. Al principio, no, pero después, sí, como le decía al principio. Aunque ignoro por qué sonríe, como todo el mundo.
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